lunes, 15 de febrero de 2016

TESIS Y ARGUMENTOS EN TEXTO DE JAVIER MARÍAS

Toda la vida se ha dicho —en verdad un tópico— que el principal defecto nacional era la envidia. Uno tiende a recelar de los tópicos y además cree inicialmente que las cosas pueden cambiar y lo que es larga tradición dejar de serlo. Aún lo creo, pero cada día me convenzo más de que esos cambios yo no llegaré a verlos en mi país. La envidia es por supuesto un sentimiento universal, pero lo cierto es que en ningún otro sitio —he vivido en cuatro países— lo he visto tan extendido y afilado y con unas características tan ominosas como en España. Aquí no es que un médico, un escritor, un futbolista, un cineasta, un periodista o un oficinista envidie a otro médico, escritor, futbolista, cineasta, periodista u oficinista que esté mejor considerado o pagado. Bueno, claro que los envidian, pero eso entra dentro de lo normal, y es lógico hasta cierto punto no agresivo. A cualquiera le gustaría que le fuera de maravilla en su profesión, o ser tenido en ella por el número uno, o poseer el máximo talento, el que acaso ve en otro que se dedica a lo mismo —porque todos sabemos distinguir eso en el fondo de nuestras conciencias; a veces tan en el fondo que logramos engañarnos y persuadirnos de que es malo lo que sabemos que es excelente—. Y no es sino humano que a uno lo fastidie un poco ese reconocimiento. Ahora bien, lo que se da a menudo en España, y eso ya es anómalo, es la incomprensible envidia que el éxito de un torero, por ejemplo, suscita en un ama de casa que no sólo jamás va a saltar a un ruedo, sino que tampoco se ha planteado hacerlo; o la rabia que le da a un tendero el triunfo de un actor o un astronauta, cuando el tal tendero no tiene ni tendrá nunca la menor intención de salir a un escenario o lanzarse al espacio. Es decir, aquí no es raro que a mucha gente le reviente, simplemente, que a alguien le vaya bien, con independencia de las capacidades o aspiraciones de esa mucha gente. Se podría decir que este es el país de lo que Elias Canetti, en un libro ya antiguo —Cincuenta caracteres—, llamó "el Recelafamas", al que describía así: "Desde que nació, el Recelafamas sabe que nadie es mejor que él... Hojea diariamente el periódico en busca de nombres nuevos, ¡qué hace este metido ahí!, exclama indignado, ¡si ayer ni figuraba! ... La tranquilidad se le acaba, intenta esclarecer el caso, es justiciero, ya le dará su merecido al sinvergüenza ese del nuevo nombre". España, en efecto, está llena de Recelafamas, y también del "hombre del casino provinciano" que retrató Machado: "bajo el bigote gris, labios de hastío, y una triste expresión, que no es tristeza, sino algo más y menos: el vacío del mundo en la oquedad de su cabeza".

JAVIER MARÍAS, El País Semanal, 02/11/2007 6)

TESIS: En España se da un tipo de envidia especial. Una envidia que va más allá de nuestra profesión, de nuestras capacidades o de nuestro ámbito de actuación.

ARGUMENTOS:

Un argumento de sentido común: “Toda la vida se ha dicho —en verdad un tópico— que el principal defecto nacional era la envidia.” Un argumento que a su vez incluye entre guiones aclaratorios su propia refutación (la de que es un tópico, y por tanto, puede ser una falacia). Marías aclara que los tópicos pueden ser mentira, y que las cosas pueden haber cambiado, pero vuelve a contraargumentar con su propia experiencia y dice que esos cambios “yo no volveré a verlos en mi país”.

El argumento experiencial: cuando el autor aclara que él ha vivido “en cuatro países” y que nunca ha visto una envidia tan marcada como la española. Y dice que nunca ha visto una envidia “con unas características tan ominosas como en España” para a continuación concretarnos cuáles son esas abominaciones según su opinión.

Argumentos de ejemplificación: Los primeros ejemplos son los de una envidia que para él es comprensible (“que un médico, un escritor, un futbolista, un cineasta, un periodista o un oficinista envidie a otro médico, escritor, futbolista, cineasta, periodista u oficinista que esté mejor considerado o pagado”, algo que ve aceptable e incluso “lógico”), para a continuación contrastarlos con ejemplos de lo que él considera un paso más allá (el caso del ama de casa que envidia al torero, y el del tendero que envidia al actor o al astronauta, casos que él considera absurdos e inaceptables). Y es ahora, después de los ejemplos, cuando se localiza la tesis, que no es más que un resumen o una abstracción de esos dos ejemplos anteriores (“es decir, aquí no es raro que a mucha gente le reviente...”).


Argumentos de autoridad. Primero acude a Elias Canetti, que en su libro Cincuenta caracteres habla precisamente de ese tipo de personas que él está denunciando (“el Recelafamas”). Con este argumento nos trata de demostrar que no sólo él se ha dado cuenta de que hay gente así, sino que también otro escritor mundialmente reconocido lo ha denunciado. Y por si no fuera suficiente, y para que nadie pueda decir que esto no se da en España, acude en segundo lugar, y a modo de conclusión, a un escritor español, y no a cualquiera, sino al mismísimo Antonio Machado cuando hablaba del “hombre del casino provinciano”. Ambos argumentos de autoridad están a su vez completados con sendas citas textuales, para que no haya duda de que ese tipo de personas al que se refiere Javier Marías son la misma de la que hablaban Canetti y Machado.

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